Los determinantes sociales de la crisis de la natalidad

Desde 2008, la natalidad se ha desplomado en España, alcanzando sus cifras más bajas de los últimos veinte años. La mejora del nivel de vida, el incremento de la educación o los avances en la atención sanitaria son algunos de los factores que se encuentran tras esta crisis de la natalidad.

Esta serie de avances ha permitido la aparición de nuevos valores y aspiraciones sociales que han dado lugar a formas más democráticas e igualitarias de entender y configurar la familia.

Sin embargo, a la hora de distribuir las tareas de cuidado y del hogar, el camino hacia la igualdad parece estar siendo más complicado. Y es que las aspiraciones laborales de las mujeres continúan viéndose truncadas por la sobrecarga de responsabilidades en el ámbito familiar.

Entre otros motivos sociales y económicos, las dificultades para conciliar ha llevado a las mujeres españolas a retrasar la decisión de convertirse en madres hasta edades más avanzadas, disminuyendo también el número de hijos que deciden tener.

Aunque existen más factores sociales detrás del descenso de la natalidad, como la separación entre sexualidad y reproducción. Una separación que, gracias a la normalización de los anticonceptivos y la expansión del feminismo, dota a las mujeres de libertad para controlar su maternidad.

También hay que tener en cuenta los efectos de la tardía emancipación juvenil, que a su vez es consecuencia directa de la precariedad laboral y las dificultades de acceso a la vivienda que afrontan los jóvenes en nuestro país. Así como tampoco debemos olvidar la pérdida de influencia del efecto migratorio, que incrementó las tasas de natalidad españolas durante la primera década de este siglo.

En definitiva, podemos agrupar las principales causas sociales del descenso de la natalidad en dos categorías. Por una parte tenemos los efectos de los procesos de aculturación y estructuración, pues los nuevos valores y estilos de vida, como las preferencias de los jóvenes por ser libres, hacer su vida, viajar, dejarse llevar, tener experiencias nuevas, pasarlo bien o disfrutar de ser jóvenes, han favorecido la proliferación de nuevas formas de organización familiar. Y por la otra, encontramos las consecuencias sociales y económicas derivadas de los nuevos riesgos sociales y la ineficacia de nuestro Estado de bienestar para afrontarlos.