El papel del público en el mundo del arte

Tradicionalmente, el papel del público en el mundo del arte ha sido el de mero receptor de la obras. No obstante, a mediados del siglo XX, con la irrupción de las clases medias en EE.UU. y gran parte de Europa, comenzaron a producirse una serie de transformaciones, tanto dentro como fuera del mundo del arte, que acabarían redefiniendo el papel del espectador.

Uno de las principales cambios se dió con la aparición de producciones artísticas que pretendían establecer un nuevo tipo de relación entre obra y público. Bajo la idea de que el espectador podía interpretar la obra en función de su bagaje cultural y sus vivencias personales, dándole su propio significado, algunos artistas comenzarían a revolucionar las reglas de la interpretación.

Paralelamente, el mercado de arte, que hasta el momento había quedado reservado a los grandes mecenas, comenzaba a redefinirse, abriendo sus puertas a un nuevo y masivo público artístico. Para ello, la calidad y la originalidad perderían importancia, dándole un mayor protagonismo al consumo y los mecanismos de manipulación de las masas.

Ante esta tendencia del mercado a apoderarse del arte, entre finales del siglo XX y principios del XXI, resurge con fuerza la participación del público. De esta forma, en el arte contemporáneo se observa una inclinación a interactuar con el espectador, basándose en la idea de “estética relacional”, término acuñado por el crítico francés Nicolas Bourriaud, que se refiere a la idea de que la obra se completa cuando es contemplada por su destinatario final, convirtiéndose el público y sus interacciones en parte de la obra de arte. Es así como algunos artistas desafían a las nuevas reglas del arte impuestas por el mercado, pero también los nuevos valores de individualismo y materialismo que imperan en la sociedad contemporánea. De esta forma, muchos artistas incorporan un significado político a su obra, y es que el arte como forma de expresión se ha convertido en una herramienta de crítica social con capacidad de desafiar al sistema y presentar alternativas al status quo.

No obstante, esta actitud crítica, en ocasiones provocativa, alternativa a los cánones sociales, puede confundir a ciertos sectores de un público heterogéneo, generando distintos discursos a la hora de la interpretación, a veces incluso inesperados para el autor.

Un ejemplo de ello es la respuesta que obtuvo una obra del artista afroamericano David Hammons en 1988. Tras la campaña presidencial, levantó en un aparcamiento de Washington D.C. una escultura en forma de valla publicitaria sobre la que había pintada una imagen del reverendo Jesse Jackson, derrotado en las primarias por el demócrata Michael Dukakis. La imagen del candidato había sido sometida a alteraciones, mostrándose la cara del político afroamericano con la piel blanca, el cabello rubio y los ojos azules. Sobre su imagen se había escrito con spray “How Ya Like Me Now?”, en referencia a si el candidato era de mayor agrado con su nuevo aspecto occidental. Esta obra formaba parte de una exposición de artes alternativas, pero su presencia fue efímera, pues, recién instalada, una banda afroamericana acabó con ella demoliéndola a mazazos. Erróneamente, los vándalos habían interpretado la obra como una muestra de racismo que pretendía burlarse del primer candidato negro a la presidencia del gobierno de los Estados Unidos. No obstante, la intención del autor era, precisamente, criticar el racismo de la clase dirigente blanca.

Con el ejemplo de las distintas interpretaciones que tuvo esta obra, podemos observar que no existe un público colectivamente receptor de la obra de arte, pues, por muy influenciadas que se encuentren sus reacciones a las impresiones artísticas, no dejan de ser individuos aislados los que viven el arte a su manera. De esta forma, la vivencia artística de dos personas socialmente similares será distinta, pues, a pesar de responder a unos patrones sociales comunes, su bagaje cultural nunca podrá ser idéntico, ya que la percepción de cada uno de estos individuos variará en función de sus experiencias y las distintas influencias recibidas a lo largo de su vida.

No obstante, aunque sean actores individuales que buscan en el arte el disfrute personal, sus elecciones estéticas se encuentran, en parte, influidas por instituciones que utilizan las artes para propósitos más complejos, que incluyen objetivos tanto económicos como simbólicos¹. Y es que, si bien el arte debería ser un fin en sí mismo, se hace un uso insidioso de él para reforzar la falsa conciencia del público². Aunque disponer de distintas alternativas de consumo cultural no debería ser un problema, pues tiene que haber momentos para todo, incluso para la evasión fácil y el entretenimiento más sencillo. El problema aparece cuando la cultura de masas se convierte en la única alternativa para la persona de educación media.

Además, los medios de comunicación de masas, aunque contribuyen a la difusión del arte, lo hacen de una forma censurada. Así, por ejemplo, los programas culturales que se emiten en televisión tienden a hacer pensar al público que se puede explicar en un minuto los criterios con los que se valora el arte contemporáneo³, mostrando una visión sesgada y amoldada al deseo de apropiación del arte que domina al público actual.